viernes, 7 de febrero de 2014

Llueve y llueve



Incluso con poco volumen, creo que soy otra voz (y no de las mejores) que clama (vaya verbo) en el desierto: en uno cualquiera, quizá pequeño, con pocas dunas.
Y aun así, desde mis reflexiones, desde las líneas fatigadas y frágiles de mi pentagrama, obedezco a un mandato interior que no he elegido pero al que no podría, sin trampa y sin cartón, perder la cara.
Escribo, señalo, protesto.
Porque no me lo callo todo ni me conformo, porque no suelo ir con la corriente cuando siento que ésta se equivoca, supongo que siembro algún detractor, quizá algún enemigo poco flexible, aficionado a sumar la falta de respeto democrático con el desacuerdo de las ideas.
Puede que yo no sea valeroso, aunque procuro no ser del todo manso. Decepcionado, escéptico, contra esos síntomas, sigo: pensando, no creyendo porque sí, no aceptando a bulto, no dejando que me contagien con facilidad, sin resistencia, las inercias, los compromisos, los disimulos.
Mientras esto se acaba (que lo voy repitiendo), mantengamos la costumbre de la ducha diaria, el cabello limpio con un champú que aporte algo de gallardo volumen; y, como la Madre Emilia, la frecuencia numerosa del rito de lavarse las manos, a toda hora, para todo.
Incluso para abrir la siguiente botella de “Pampero Aniversario”, sí, sí, ésa que viene envuelta en un saquito de piel.    

1 comentario:

  1. Ante todo la higiene. Ahora que mejor con un brandy de esos que se hacen tan deliciosos cerca de donde estás.

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