Se critica la economía sumergida.
Pero, padeciendo el descomunal expolio al que nos somete
Hacienda y viendo cómo se malgastan y malversan los dineros recaudados,
cualquier exigencia por parte de los gobiernos de “conciencia ciudadana” para
con el fisco es mera desfachatez e irritante hipocresía.
Nos tienen acribillados a impuestos.
Porque hay que recaudar mucho dinero para pagar los
gastos.
Los gastos astronómicos y manirrotos de un Estado que no
para de hacerlos crecer.
El “bienestar” y el troceado autonómico están saliendo
carísimos, sobre todo por la golfería y la falta de escrúpulos de los
administradores.
Y hay gastos necesarios y otros, demasiados, que no lo
son. Pues bien, al socaire de todos ellos, los presupuestos se inflan y, en un
porcentaje peligrosísimo, los fondos se van a bolsillos particulares, lejos,
muy lejos del bien/”bienestar” común.
Más dinero, más madera.
Prolongar la locura requiere comprar (pongan Uds. el
infinitivo que se les antoje) mayorías, apoyos cómplices, adhesiones. Ahí va la
legión infinita de las instituciones públicas y parásitas, a rebosar de
funcionarios, de enchufados, de parientes, de asesores que (cualquier cosa,
antes que perder la seguridad, a veces mezquina, del “puesto de trabajo”)
terminan por defender su nómina bajo la teatrera cobertura de las solemnes
pancartas solidarias.
Ahí van los despilfarros, las corrupciones, el mangoneo
de los dineros.
Más dinero, más madera.
La literatura española tiene a Rinconete y Cortadillo, al
Buscón, a Guzmán de Alfarache y otros famosos, paradigmáticos pícaros. No
saquen pecho los “diferentes”, los “superiores” que, al cabo, vienen siendo los
más pringados. En todas las regiones (que ahora se titulan autonomías, con
vanidad ridícula y temerariamente ruinosa) tenemos pícaros y sinvergüenzas, se
predique en castellano o en cualquiera de las otras lenguas también españolas, más
o menos vernáculas, derivadas, dialectales o rabiosamente (es decir, con rabia)
“únicas, singulares y originales” en sus auténticos o presuntos orígenes
heráldicos.
¿Tendrá algún día arreglo este infame despelote?
Y, a propósito de despelotes, yo también tengo una bata
blanca que, disparando por elevación, me sirve como delantal absoluto en mis
menesteres de humilde cocinero doméstico.
Igual os mando una foto, cualquier día.
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