En
los 80 del XX (ya ha llovido), Belmonte, Santiáñez y otras mozas lozanas de la
época, rientes, engarzadas como zarcillos de cerezas, andaban medio derretidas (“bebían los vientos”, más castiza versión) con la apostura que Mel
Gibson lucía en su ahora histórico personaje de Mad Max. Aquella “peli” primera
dio origen con el mismo actor protagonista
al menos a dos episodios continuadores de éxito también considerable.
Modas
y ciclos, añoranzas del sector de público aficionado (me incluyo) que ha
prestado con más generosidad que exigencia su atención a estos “films”, alguna revisión posterior (sin
Gibson ya, escabulléndose con prudencia de un papel que podía encasillarlo,
pero con el anzuelito delicioso de Charlize Theron incluido) tuvo lugar al paso
de las décadas, exagerando notas que matizaran las reiteraciones ineludibles. Y
ayer, más adicto que convicto, me fui al cine a por “Furiosa”, postrer muestra
de tales desatinos, y con ánimo no exento de aprensión.
Con
un argumento tan atolondrado y parco, tan casi invisible, se veía “de venir” la
escalada inmisericorde de hipérboles y delirios que procuran sostener todavía
la estela de esa fantasía brutal, cuya estética bizarra y calavérica no tiene
más remedio que crecer “como si no hubiera un mañana”.
-Coloquial estás, tú.
-Ya ves. Lo que no empece para señalar cómo
aquel limón, de sólo moderado zumo inicial, parece agotar sus menos resistentes
que residuales gotitas.
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