Podría
parecer que la “peli” apuntara de paso a un ensayo sobre la soledad y la
incomunicación; pero no exactamente.
Así que, de
manera misteriosa y por explicar, unos “muertitos” se manifiestan de regreso en
la post-vida y sin recurrir, como otros “zombies”
más descarados (en principio, que luego, si eso…), a mayores ruidos ni sustos
corrientes, nos van metiendo en este relato trucu y lento, fúnebre o macabro y
la cosa, como es natural, termina desbarrancándose de no muy buen modo.
Con algunas
escenas que -psicología de manual- son barruntos de que algo raro ocurre, habrá
que tener en cuenta, por otra parte, que el film
es de procedencia/nacionalidad noruega y algo sueca y esta gente de por ahí
tiene sus reconcomios y un estilo que no se asemeja mucho a nuestros propios y
como sureños desconciertos.
Y también,
como alusión a crudas nostalgias globales, suena entera esa célebre canción
devastadora y bellísima “Ne me quitte pas” que, si no da la puntilla, colabora.
A la salida,
hay que darse un oreo por el viejo Sancti Petri, como para soltar algo del
lastre -losa a medias sobre nuestro ánimo- que nos ofrece “Descansa en paz”.
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