parecer
increíble, hasta mi ya avanzada edad nunca mi relación con la fruta que el
distinguido público llama melón pasó
de una observación cautelosa del tal, cuando lo veía expuesto en los
establecimientos del ramo, o en los supermercados, plazas de abasto o en los
márgenes algo bohemios de las carreteras.
Y
por más que temerarios aventureros se atreviesen a entreverarlo con el jamón (a
mi entender, visible herejía), jamás osé acercarme a su disparatada
experimentación.
En
los días presentes, por mor de un trance que sería prolijo reseñar, intento
dicha aproximación ignorando, a fuer de profano, sus técnicas de corte y
troceado; si sus efectos son laxantes o astringentes; descubro un sabor algo
tímido que no entusiasma mis papilas y concluyo que no es mi idea personal del
gusto ni la diversión.
Con
idénticos antecedentes históricos, el capcioso y sobrecogedor experimento
análogo con la sandía tiene visos de ser
descartado de antemano, considerando el efecto disuasorio del color cuya gama
no encaja siquiera en mis afectos.
Con
la modestia debida a estos renglones, el Hipocampo ya ha aludido aquí a otras
desafecciones y peculiaridades de su devenir, como el uso de la corbata contra
decretitos, los cuellos arbitrarios y de obligada moda contemporánea en las
camisas de caballero, las desacreditadas alternativas en el bricolaje, la cocina, etc. que lo
mantienen en su quizá “burbuja”. Pero la vida nos pone a prueba.
Y
que no nos mande Dios todo lo que podemos “desoportar”.
Desde Villalba... Maestro, como recomiendan los galenos: tres piezas de fruta al día, por ejemplo, dos sandías y un melón.
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