Los
responsables de “Vidas perfectas” han establecido el clima y los personajes del
asunto con tanta, y tan plana, carga de convencionalismos, que cabría sospechar
el propósito de tomarle el pelo al espectador o de caer sin escrúpulos en la
parodia.
Hasta
la fotografía y el color parecen dolosamente inocentones, como no sea para
conseguir un aire “retro” contemporáneo de aquellos años 60 del XX que
automóviles, vestuario, maneras sociales de aquellos EE.UU., alguna mención a
Kennedy, nos dejan fuera de dudas.
Así
que ya en esa estampa metidos, nada más propio que esos dos matrimonios
lastrados de “tics” y esas dos pulcras y abnegadas mamás/amas de casa que, de
vecinas empachosas de amistad, cariño, etc., terminan siendo por azar de los
acontecimientos enconadas rivales y, desde luego, una más trastornada que la
otra.
No
es difícil “ver de venir” el desarrollo del cuentito y, aunque el criminal
parezca que gana, la Chastain se merienda en todo a la desvaída Hathaway.
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