Al
amparo de leyes electorales que por la coyuntura, vale que urgente, fueron
redactadas ya con agujeros que atendían a “conveniencias” exigidas y
permitirían luego hipocresías incluyentes y muy indigestas extorsiones, el
último recuento de votos generales se llevó a cabo con un visible engaño a la
intención popular que, con ingenuidad imprudente, apoyó a un pájaro que -aunque
ya había dado avisos de marrajo- prometía descartar por completo remiendos que,
incluso “legales”, eran manifiestamente espurios. Con el flagrante e inmediato
incumplimiento de ese compromiso nos topamos. Y de ahí, un desgobierno en el
que abundan gamberros y saltatapias.
A
ese ruedo cojo ha llevado sus palabras Tamames, poniendo de manifiesto la
indiscutible distancia entre su experiencia, sus conocimientos y su educación, y
la carencia correspondiente en los ceporros que, con escandaloso atrevimiento,
pretenden desoírlo, entre miserables dejos de ninguneo y burla, creyéndose
blindados en la ignorancia prepotente de su menor edad.
Eso
los califica; eso y la torpeza que los hace impotentes, estériles para
aprovechar la lección de sensatez que acaban de recibir.
En
el Parlamento, los ecos que D. Ramón evoca de aquella ilusionante Transición
llegan a conmovernos todavía. Porque, aunque no fue perfecta, quizá su semilla
de razón y concordia consiga fructificar cuando el viento barra esta desaliñada
hojarasca.
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