Reconozco
que mi perplejidad y mi suspicacia ante las “maquinitas” de la revolución
digital no están exentas de admiración.
Una
cosa es que mi alta incomprensión de su realidad sea fuente de desazones e
insomnios añadidos sobre mi ánimo, de por sí dado a la zozobra y a cierta
inestabilidad emocional que la edad no ha rectificado sino antes bien subrayado
con cierto regodeo.
Y
otra, muy diferente, que no perciba el éxtasis remoto de contemplar al “Plegablito” blanco (los feligreses ya
saben a lo que me refiero) elaborando con muy minuciosas concentración e
independencia de criterio los pormenores que disponen en su seno ese trance
entre misterioso y espectacular que él mismo titula “actualizar y apagar”.
Él
solito; que también te digo que por otra parte se muestra dócil a esas normas
educativas que, en relación con la tilde, la aventurera institución de la RAE
deja en las manos, no siempre honestas ni bastante ilustradas, de nosotros, los
redactores. Y en esos instantes, consigo que este artilugio de mis asombros
resigne, a mi sosiego clásico, sus niñerías iconoclastas y sus pizpiretas
propuestas de que le compre un helado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario