Sobrada
anda nuestra sociedad de veletas, de confusos y de tinteros con medias tintas.
Con lo cual va de suyo que ninguno más debe ser bien acogido.
El
enfoque de equilibrios titiriteros que la RAE nos propone como postrer y más
reciente conclusión (la tilde de marras) no abona su papel de arbitral
referencia respetable y de autoridad con mérito en el cometido que le ha sido
confiado.
Una
norma, para que sea tal, malamente (tra, tra) puede estar al zarandeo
caprichoso, insolente a veces, de quienes debemos ser consecuentes con ella. Y
resignar el empleo o la supresión del acentito dichoso al albur interpretativo
de quien escribe, la deja en mera mofa o tomadura de pelo: de “pélinor”.
Invadido
el oficio de escritor por toda suerte de intrépidos ágrafos presuntuosos y
otros cantarras, pierde así, con tales arbitrariedades consentidas, su papel,
que también tiene, o tenía, matices de buen gobierno para la cultura.
Y
quienes medren en el desorden, en cualquier corriente turbia del río revuelto,
SÓLO serán indignos usurpadores del noble nombre y de la noble ocupación del
pescador.
(Que
digo yo que si a los automovilistas no se nos concede individualmente la
potestad de examinar -para suspenderlas o aprobarlas- las señales de tráfico,
su conveniencia y oportunidad…)
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