Quizá ya ha consultado a la Sibila.
Y el vaticinio que ésta le ofrece,
no vagamente sino con estremecedora
precisión,
resuena en su íntima corazonada.
Pero también sabe
que no podría esta vez retroceder ante
ese destino
sin que ello pareciese prueba indecorosa
de corto ánimo
o de infamante cobardía,
en la asamblea de sus propios tribunos.
Y
porque ninguno de éstos
acaricie
la tentadora evocación de Curro Romero
y
sus legendarias “espantás”,
asumirá
el mando y se aprestará
a
despreciar los idus de marzo, de abril, etc.
que
ya le advierten
que
ni Ariel ni lejías serán poderosos
a
eliminar las señales
que,
en la túnica que viste ahora
para
asistir al rito definitivo de su designación,
dejarán
con alevosa mano
los
traidores futuros que en el presente,
solícitos
hoy, así lo aclaman.
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