Los
que hoy, estupefactos, te contemplan
-frágil
momia de pasos vacilantes,
como
de una pirámide egresado-
“no
han de callar, por más que con el dedo…”
Pues qué, ¿quizá mejor no hubiera sido
en la memoria de tus seguidores
preservar el recuerdo de las tardes
que erigieron tu gloria y tu prosapia?
Tu estampa a pie, ¿no habría merecido
el retirarse a tiempo del oficio?
Y ahora, consternados,
quienes fueron tus fieles valedores
observan, encendidos de rubores,
tu rumbo proceloso
y ese antojo de darte al rejoneo
sobre jaca que en esas cabriolas
de su enérgica y joven alegría
puede que al cabo acabe con tus días.
Sosiega las hormonas residuales,
admite que esta Aldonza te supera;
al menos, de ese modo,
descontarás un poco el patetismo
de apenas ser la sombra del que eras.
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