Tampoco
es una opción desentenderse del espanto que las noticias de la tele nos trasladan, estos días de desgracia.
Sobre
lo que nos cayó encima con el virus, y que queda por resolver, esto de ahora,
en cierto aspecto, pinta todavía peor. Inevitable, puede que culpable, el
desgaste, las imágenes pavorosas de los bombardeos, de las personas huyendo, de
los resistentes heroicos; las entrevistas incesantes, agotadoras, a las gentes
víctimas en primera línea. En comparación, los meros atribulados espectadores
que quedamos (de momento y en apariencia) varias líneas más atrás, llegamos a
sentir la mala conciencia de que, con la que está cayendo, aún nos impacienta
-tiquismiquis que somos- el inútil tono de luto y condolencia de los “opinadores”
que quizá nada diferente saben permitirse.
La
leche derramada: el carísimo andamio de la Unión Europea, ineficaz de
costosísima burocracia y semiacuerdos remolones, demorados años, dormido en
postizos laureles, molicie, egoísmo del bienestar y los no muy discutidos
privilegios; más que eso, la imprudencia de los dirigentes a todo lujo,
avestruces frecuentes sin querer admitir los riesgos, sin prever (no preveEr,
¿estamos?) que Atila siglo XXI, tal como sus antecesores, jamás abdica del
crimen, de su naturaleza terrorista.
Alguna
que otra guinda miserable de esta tarta atroz: Pedro el ruinoso y sus excusas;
la horda de trastornados que parece inmune a todo y que sólo “a su rollo”
están, liándola parda so pretextos de fútbol. No se perdería nada si los
eliminaran.
-¿Alguna sugerencia?
-Cualquiera vale.
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