El
modo de ser, el carácter… A lo mejor, hasta la genética; que no descarta los
ingredientes que puedan determinar el resultado.
Lo
cierto es que siempre fue algo inclinado a la reflexión, y eso había ido
naturalmente a más con el paso (con la suma) de los años. Lo que tiene el
tiempo, de ir posándonos encima una metáfora de hojas, y hasta de cortezas, tal
como vienen y van desprendiéndose de un árbol: hay para elegir, desde el
limonero al alcornoque.
También
fue ayudando la elección de un estilo de vida que incluía largos periodos de
silencio y de soledad.
Consciente
intermitente, ahora va retomando las pautas de la realidad, el margen
disponible tan, ay, azaroso, tan sujeto a una aritmética y a una estadística
indiscutibles, sobrecogedoras.
Quizá
por la concentración que el rito exige, es ante el espejo, durante el cuidado
de esa barba que hace décadas le viste el rostro, que evalúa, que hace balance,
que sabe de sobra que el antojo de recuperar la primera crema de afeitar con la
que se estrenó, o la loción de cuando la “mili”, no son amagos de “marquitis”
sino gestos triviales, decisiones mínimas que para nada (oyes) modificarán la
decadencia.
-¿El pelo, las arrugas, la afición?
-Ni te cuento.
-Cuídate el colesterol.
-No, si ya, ya.
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