Ayer
era la luna una sonrisa
cuando
giró la tarde a noche clara.
Salimos
al jardín: nuestra premisa
era
algún “selfi” en el que dar la cara.
(El
insolente “móvil” ha usurpado
su
lugar a la Nikon veterana;
y
tiene visos de extraña proeza,
de
finta súbita y de tramontana,
de
títere que pierde la cabeza,
el
eclipse de aquellos objetivos
que
fijaban en las fotografías
diversos
guiños hechos al archivo
de
nuestra personal mitología.)
Comienza
mi andadura un año más.
Veremos
lo que trae: qué compás
me
zarandea un poco la figura,
el
genio y casi todo lo demás
que envuelve, quebradiza, esta armadura.
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