Ayer,
en la plaza de toros de Ubrique, el Presidente, a petición entusiasmada y
unánime de los espectadores, indultó a Rescoldo, cuarto de la tarde, en gracia
del admirable comportamiento que éste tuvo durante la lidia.
Ese
trance, poco frecuente, que con carácter excepcional se da en el ruedo,
transmitió emoción y un reconocimiento del público que tenía aura de homenaje
al mérito y al valor del animal y sentimiento de rito hondo y raíces compartidas.
Se
sabe que rueda por ahí una sesgada posición sedicente “animalista”, que ejerce un
radicalismo compasivo aunque ñoño/Disney, y demuestra no percibir las preeminentes
connotaciones y dimensiones de arte y tradición que la fiesta implica. Para
usar la meliflua cadencia progre, se ve que existen “diversas sensibilidades”.
En
Barcelona, donde con nulo disimulo se eliminó la fiesta más por ideología
antiespañola que no por falta de aficionados, ahora es imposible una escena así.
Son allí más partidarios de otro tipo de indultos que, contrariamente, se
conceden impregnados de indignidad y vulgares chanchullos. Y con clamorosa
división de opiniones.
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