De este jardín al mar seguramente
habrá a lo sumo los doscientos metros
que consentía aquella ley de costas
vigente cuando aquí, desde Madrid,
vine a vivir.
La cadencia de esta agua familiar
es la que más acaricia el oído:
alterna la onda larga del sonido
con asombrosas pausas de sigilo
(como si de repente
le diese por ceder y retirarse
al otro lado del mundo en su giro.)
Como saliendo de un formal Sorolla,
bajo la blanca sombrilla sentado
a esta ovalada mesa decadente,
dejadme que os mande
algún saludo leve, descansado,
de elementales palabras corrientes.
-Parece
que por hoy
no
trae su sobresalto el horizonte.
-Tan
sólo a medias; pero ¿quién nos quita
esta
amable ficción hasta el ocaso
y
el delicado vaivén que pondera
éxitos
y fracasos?
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