El
cómputo de las fechas lo enderezaba Lady Taladro: desde marzo del 20 hasta
ayer, un considerable número de meses habían transcurrido para esta nueva
reedición del encuentro (“La Escollera” mediante) entre el Comodoro y el
Hipocampo.
Sobrevivientes
a la pandemia y a algún otro percance malhadado, no digo yo que no pase el
tiempo por nosotros. Y con todo, persisten por fortuna (a despecho de esta
época de tropezones) el lazo marinero, la fluidez de un trato de más de medio
siglo en el que, por mucho que parezca que “no nos ha cundido”, ninguna andanza
compartida se torció.
Más
de medio siglo de una tan respetuosa como respetable amistad, de la que no pueden
ser ajenos el origen y ciertas afinidades. Ahí vamos, para lo que reste.
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