Orondo
y republicanote, aunque sin resolverse a ser abiertamente campechano, el señor
Junqueras expende (con palabras tranquilas y casi sin alterarse, con escasas
concesiones al tumulto verbal) la mercancía de sus propósitos que, como el
movimiento se demuestra andando, solamente engañan a los ingenuos, los
imbéciles y los que parecen ladinamente interesados en aparentar que le creen.
Quiere
hacer con el público eso que ahora con irritante frecuencia llaman pedagogía,
lo que, en la seudopolítica presente, vale por lavado de cerebro metódico para
que el personal vaya tragando con las numerosas ruedas de molino que se le
proponen.
Quiere
convencernos de que los graves delitos que comete, y por los que le han metido
en la cárcel, son apenas comprensibles aspiraciones que irán calando como el
mensaje de un profeta, de un “gurú”, para lo cual insiste en las frases sencillas
y el tono a medias rumoroso.
Pero
se ve que el encierro ya le aprieta. Así que, por si ayudara, acaba de formular
un cambio de dirección, un destino alternativo: ahora plantea que sean los
suyos, cuando antes eran los otros, quienes “se metan los indultos por donde
les quepan” (sic).
¡Qué
buen vasallo sería si tuviese buen señor!
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