Da
asco escucharte repitiendo el profuso catálogo de tus mentiras miserables, con
la “simiasabia” que a tu lado se sienta cabeceando (como los muñequitos en el
salpicadero de los automóviles) su aquiescencia ignorante y servil.
Jefe
tóxico y mariquita de toda nuestra desgracia, ¡qué vergüenza, oyes!
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