-Era de temer.
-¿Qué cosa?
-Un par de veces me asomé por la Barca de
Vejer (venta de carretera que, largas y dichosas épocas, impartió magisterio de
buen yantar y especialidades con fundamento que aquí ya se han citado)
contemplando con desolación temerosa el aire de naufragio que durante meses se
enseñoreó del sitio, con la monserga del puto virus. Permanecía cerrado desde
noviembre, según supe ahora, sufriendo la brutal represión que a la hostelería,
y a otros sectores, les ha caído encima como una ruina.
Ayer me pasé por allí de nuevo. Estaba
abierto ya, me dicen que desde el pasado jueves, pero al entrar me dio un
pálpito cuyos penosos detalles “se veían de venir”.
Las escasas e inéditas camareras afirman
que la empresa es la misma, que sólo ocurre una cierta reducción de personal
que visiblemente ha eliminado a los veteranos que llevaban años acogiéndome con
la familiaridad que se establece con los parroquianos asiduos.
Algo más: optando por la deprimente elementalidad
y el pragmatismo descafeinado que echan a perder nuestro tiempo, la carta,
otrora fecunda y plural, ha quedado esquematizada en cartelón con una docena de
opciones entre las cuales no constan ya la insuperables croquetas de cocido que
fueron una de sus jubilosas delicias; ni, con seguridad, otros ases de la
cocina casera que cimentaba su garantía.
Estas ya descubiertas melancólicas
modificaciones, creo que rebajan muchos enteros el atractivo que ejerció La Barca.
Quizá el descuido arrasador que está de moda disminuya (¿por qué, “minimice”?)
las consecuencias de estos rudos reciclajes; y que los nuevos, cada vez más
nuevos, viajeros clientes, en su ignorancia neófita e indocumentada, aceptarán
sin más el fenómeno. No así, quienes, lo que ve el que vive, tuvimos la fortuna
de disfrutar de lo que aquello ha sido.
-El agua de tu acuario, Hipocampo, tiene
ya muchas ondas de elegía.
-No es para menos, “oyes”.
¡Gran venta, Maestro! Buen rato en ella pasamos, y lo más importante....sentido pésame por esas croquetas.
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