Al lado del Puerto del Bujeo, los faroles en la fachada del Mesón de Don Sancho son, a las nueve de esta mañana, una sugestión, una hospitalaria señal de acogida.
Voy camino al Rincón de la Victoria, a comprobar en qué punto están los quebrantados huesos del Comodoro, después de su batacazo inoportunísimo.
Ya le tengo dicho que, sobre todo a nuestra edad, tan paradigmática de incertidumbres, nunca sobra extremar las precauciones, cosa que él mismo, navegante avezado y varón prudente de suyo, sabe bien. Pero verdad es que un percance fortuito lo tiene cualquiera, y ése ha sido el caso.
Y ya de paso, para ponernos algo al día, superado este último verano y sus aperreos de turistas que nunca faltan.
Sin brújula ni sextante, ni tan siquiera uno de esos chismes que llaman GPS y que en ocasiones causan Graves Problemas Sucesivos, arribo sin novedad a su fondeadero y ya, durante el ágape de rigor y los generosos postres de capricho, hemos podido desmenuzar uno que otro tema, no siendo el menor de ellos el referente a la salud y sus inextricables aconteceres.
Cumplido a satisfacción tal protocolo, que confiamos en reiterar, la comarca de Tarifa vuelve a ser la deliciosa sensación de otras veces, a bordo del "Gordo", el mar por el Estrecho y sus cargueros, algo de música y molinos de viento para el regreso a casa.
-- Bueno estás tú.
-- Ya.
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