Aunque el maestro lleva décadas sin darme motivos para ello, desde el estreno he estado indeciso, recelando encontrar almibarada su última "peli" en cartel. Craso error del que confieso mi arrepentimiento.
Porque "Un día de lluvia en N.Y." es un nuevo ejemplo (de los suyos) con sensibilidad, delicadeza, e ingenio cuyo argumento se ramifica en finos detalles de introspección, análisis, contrastes, diálogos elaborados con fluidez, alguna deriva no exenta de sorpresa, perfecta ambientación de ese mito contemporáneo de la ciudad de los sueños, de las señales culturales, las nostalgias del cine dorado y la bohemia "retro" y las canciones clásicas e imperecederas que sostienen tantos de nuestros mejores recuerdos.
Por eso, los maduros espectadores asistentes, al encenderse las luces de la sala tras la proyección, no nos resolvíamos a salir, como demorados, convencidos en el respeto y la seducción de la obra bien hecha, en el gustazo de la inteligente sonrisa interior.
De nuestra gratitud hacia este mago admirable que es el Sr. Allen.
Pionono tiene reparo en verla por si con ello fuera a desvincularse aún mas de este simple mundo-feria, quedando ya irremisiblemente como viejo jarrón en la vitrina. Algo similar le ocurre con Plácido Domingo, aunque es muy posible que en un último atisbo de ilusión, intente conseguir entradas para verle en el Real esta temporada, interpretando a papá Germont en La Traviata. ¡Ah, ese segundo acto!
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