Rodeados, asediados por la tecnología, vivimos, ni que fuéramos Leónidas y los Trescientos en el paso de las Termópilas.
Entre esos postes cada vez más enrarecidos de arcano tormentoso que llaman parkímetros, ahora con nuevas pantallas ("displays", qué modernos semos) cuyo resplandor hace ilegibles las instrucciones a seguir por el sufriente usuario; entre máquinas perversas que en la entidad bancaria de turno te comprometen y someten a la cibernética elemental para conseguir (si hay suerte y habilidad) el numerito correspondiente con el que el impersonal, artificial, obsequioso a medias, empleado te orientará/desorientará en tus perplejidades e incomprensibles simas financieras, adobando su pedagogía con lenguajes técnicos, esotéricos, pelín displicentes, como contemporáneos doctores y sacerdotes de la sabiduría ante el neófito y humilde homínido que a ellos se acerca en procura casi insolente de conocimiento, pobre cliente pardillo, etc.
Y sin embargo, hay reductos de pintoresca rebeldía mediante la cual los cepillos de dientes electrónicos (¿o eléctricos?) son incapaces de detener la conversación, de interrumpir los apasionados discursos de Lady Taladro, cuando procede a sus abluciones, tras arduos pulsos con el bricolaje extremo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario