Los psicólogos y los otros esotéricos, los de la cartomancia y las restantes "mancias", se esponjarían tal vez, como suelen, con los tres pies al gato de las interpretaciones.
Pero, ¿eran imágenes del subconsciente, recuerdos sepultados entre pétalos, hundidos en aguas profundas, ansias no satisfechas, desvaríos anclados en las melancolías de la mente?
Venías al fondo de la calle, caminando despacio mientras tocabas al violín un pasaje de una sonata de Corelli, y traías el aura rizada de tus cabellos rojizos. (No, no era aquel "solo" remoto de la canción del pintor enamorado de su modelo que de manera tan insistente parecía atravesar su vida, una y otra vez: era Corelli, estaba seguro.)
Cuando del abrazo estremecido brotaron las primeras lágrimas, sintió con nitidez que sería imposible deshacer las sombras, salir del laberinto, poner en claro -- ni siquiera desliando el hilo de plata latente que notaba todavía, antes de que empezara a desvanecerse -- la honda quimera, los intensos perfumes de Venus, la caracola delicada de este sueño del Hipocampo.
Y si añado una arboleda a esta ficción que quizá no es tal, ¿variarían las conclusiones de los magos, de los especialistas?
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