En alguno de los laboriosos anaqueles en los que coloca sus más tormentosos escrúpulos de conciencia, instaló desde hace años, y para la sensatez, la sobriedad y el buen juicio, la costumbre de tomar leche semidesnatada -- siempre fría -- que, si bien no tiene todo el encanto de la entera/calcio, pasa por ser algo menos decisiva e influyente en lo que al peso corporal y, por ende, la línea hace referencia. Claro es que rehúsa la extrema sutileza y la liviandad que con negligencia notoria caracterizan a la desnatada, tan próxima ya a la condición de holograma que se diría elaborada con una elusiva y subrepticia fórmula a base de agua y algún indefinido colorante blanco.
Bien es verdad que, para compensar ésta y otras exigentes desazones, viene recurriendo al expediente de añadir (y esto lo lleva a cabo mirando un poco al soslayo, como el "seor soldado" de los versos) sendas cucharadas soperas del café soluble crème express de su preferencia y del azúcar que, según consta en el envase pertinente, denominan blanquilla.
Espesada de tan diplomático modo, sólo queda batir con moderada energía la mezcla resultante hasta un punto cercano al efecto de espumilla en superficie, en una jarra de vidrio grueso, que debe sujetarse con prudencia por el asa.
El Hipocampo afirma que la cosa funciona, aun admitiendo ciertas contradicciones ontológicas, metafísicas, que serían inherentes a su naturaleza ecléctica, a ese absorto y contemplativo nadar entre dos aguas.
Pionono comprende la circunstancia. Pero no deja der algo como ... <>
ResponderEliminar(Grande el abrazo)
como fuese ... y no hubo nada (y van tres)
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