Anoche, tras la proyección de "El artista y la modelo", Cayetana, Fernando el desubicado y la joven actriz de turno, intentaban extraer conclusiones, sugerencias, simbolismos, desarrollando todo lo que la idea (nada inédita, por otra parte), el argumento daban de sí y que con admirable infortunio había quedado oculto o malogrado, dejando el film en otra deficiente "genialidad", lenta de inercias insignificantes, alusiones y sobreentendidos gastados, donde ni Jean Rochefort (el inolvidable Topo) ni Claudia Cardinale podían salvar lo insalvable, fuera de la abofeteadora evidencia de la destrucción crudelísima con la que el tiempo a todos nos marca.
Convendría que nuestro cine, incluso envuelto en cómodas subvenciones y en el celofán respetable de la clásica fotografía en blanco y negro (y gris), superase la flojera y fuera otra cosa distinta de la presunción siempre vana de los falsos intelectuales.
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