se propone inaugurar una serie de semblanzas inspiradas
por los asombros que la televisión depara en el espectador; la titulará Galería de personajes I, II, III y así
sucesivamente.
Y comenzando hoy mismo…
Galería de personajes (I)
Entre la festiva frivolidad y el resabio enconadito y
paradójico de “niña de familia bien” provinciana, seguro que ejerciste tus
encantos y tus atrevimientos en una época, aquélla, que todavía conservaba un
margen para el asombro.
Luego, tu etapa de más o menos “dolce vita”, más o menos
marbellí, durante la cual te sentías capaz de comerte el mundo: si no la más
guapa, claro que la competencia era fortísima, sí tendiste a creerte la más
lista de aquella “jet” de espuma y sanedrín, bastante más bulliciosa que
brillante. Medros y avatares, episodios y decisiones, que acertamos o no, y al
paso de las décadas se te ha ido poniendo un carácter que alterna expresiones
de solapado o manifiesto rencor, con prontos entre teatrales y surrealistas, no
exentos de cierto sentido del humor y de la parodia.
¿Quedará, a estas alturas, una mirada lasciva para el
descuidado escorzo del raso algo ajado de tus muslos al sentarte? ¿Algún
secreto, añejo y codicioso admirador de aquellos días?
Lo más turbio ahora (y quizá dañino, aun para ti misma)
de tu presente, es el ramalazo de odio africano que con un punto de indigesta
envidia disparas según tus fobias; lo también excesivo e irrazonable de tus
filias; y el pozo de espeso veneno que han traslucido tus confesiones, cuya
amargura acaso no te ha servido de catarsis, de purgante definitivo.
Yo no te recomendaría aquello de “para lo que me queda de vivir en el convento…”, pero, en fin:
suerte, paisana.
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