Hoy es domingo y luce
un sol extraordinario por Madrid.
Sabemos
que el tiempo se gasta, que
el camino va siendo largo
aunque no estamos dispuestos a dejarlo.
De modo que Ud. tiene entre los brazos
el tibio cuerpo desnudo
de la mujer amada.
Y decide que media mañana fluya. Sencillamente.
Más tarde, Ud. se ha propuesto que, contraviniendo las
seudosabias prescripciones de los “entendidos”, abrirá una (o dos) botellas de
vino blanco, puesto a enfriar desde ayer, para acompañar de tan heterodoxa
manera la carrillada ibérica prevista.
No podemos decir, sin ser embusteros, que esto
propiamente sea
la antesala de la muerte.
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