Muchos años
han transcurrido ya desde que el estreno de “Alien: el octavo pasajero” sentara
cátedra y magisterio en determinado género de cine fantástico que luego se
recreó en la suerte y produjo tres entregas más, sucesivas, dejando con algo de
picardía plazos suficientes para que los primeros espectadores (que del horror
de ese monstruo fuimos abducidos) añorásemos tales continuaciones.
No sólo esas
imágenes fundamentales han tenido palpable influencia en “films” que no pueden ocultar su condición heredera: el diseño, la estética,
todavía hoy conservan vigencia y atractivo singulares.
Yo que he sido
cliente de esos “aliens” hasta el punto de iniciar a mi hija en tal afición y
comprarnos en video, cuando entonces, las cuatro de la saga original, no podía
faltar ahora al “Alien/Romulus” que acaban de proponernos.
La “peli” es
formidable de efectos, sonido, ambientes decorados “ad hoc”, unas naves
interplanetarias y unos mundos que van siendo insuperables, etc. Y mantiene la
tensión incluso en quienes esperamos, ya con la prevención de lo sabido, la
culminante epifanía del íncubo, volviendo a salir del vientre o del tórax del
personaje/víctima que toma el relevo.
En todo caso,
¿cómo no guardar en el corazoncito las naves precursoras, guapas a más no poder
en su trascendida inocencia, de los “Encuentros en la tercera fase”? ¿Cómo no
echar de menos a la inolvidable, magnética Sigourney?
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