No
es su propósito ser discrepante.
Pero
le ocurre con cierta frecuencia que, de forma natural, no suele coincidir. Y
así, por ejemplo, sus horarios son como extraordinarios.
¿Cuatro
treinta, cinco y ya despierto? Ni que fuera agricultor o tuviese que salir a la
mar a pescar de madrugada.
En
ese silencio calmo de la casa es cuando en ocasiones procede al afeitado, al
control de esa barba que usa desde joven y se ha vuelto blanca con los (ya
muchos) años. Frente al espejo, considera el contraste: antes se aplicaba a
eliminar las esporádicas canas emergentes; ahora es el turno de porfiados pelos
negros residuales que, emboscados, ponen en entredicho la uniforme
homogeneidad.
Y
asoma, cuándo no, el Tiempo. Contra la premura relativa que -solicitado de
otras urgencias- imprimía al rito, ahora, cuando el restante tiempo de su vida
es a la fuerza mucho menor, más lo dedica a lo que es ya parsimoniosa captura.
Bien
es verdad que facilita la tarea la moderna luz “led” que antaño ni siquiera estaba
disponible, ni habría sido de acceso común. En eso trivialmente reflexiona; y a
la memoria desprevenida acude la vez que una amante de paso* lo enlazó con el
comentario, entre zumbón y elogioso, de aquella barba (de entonces): “sal y pimienta”.
La
mar de Cádiz, y estos madrugones sin duda, le han dejado esa barba a la sal.
*Neoyorquina,
a las puertas del H.Praga. As time goes by, Duasangu -ya éramos, Garblaro y
Belpacri, para rematarla- quizá se acuerde.
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