Como
ya iba siendo escandalosamente imposible mantener el silencio, o el disimulo,
los que al parecer mandan más de los mandamases internacionalmente reconocidos,
han terminado por confesar -o el infinitivo que Uds. prefieran- que el asunto
de los OVNIS es más que real.
Desacreditados
por el aluvión incesante, más o menos reciente y también inexorablemente
histórico, de testimonios que no iban a ser todos falsos, no les ha quedado
otra salida.
Esa
admisión, a los cuatro vientos, pone en cuestión un considerable número de los
pilares que malamente (trá, trá) vienen sujetando el andamio de este planeta y
de sus habitantes, cuya fragilidad y desacuerdos como especie siguen sin
hacernos reflexionar y actuar en la conveniencia de una unión que haría la
fuerza (por insuficiente, o peor, irrelevante que fuera) en el momento de
vernos las caras con quienes sean que pilotan esos OVNIS si, después de estar
observándonos a toda curiosidad, se resuelven a manifestarse en tangible y
materialísima, quizá no tan aplazable, visita.
La
interesada obstinación que, contra toda probabilidad aritmética, ha insistido
en que éramos los únicos “bichos” vivos del espacio infinito, toca a su fin.
Asombra el éxito que logran las más tontas patrañas.
Pero
de menos nos hizo (¡vaya!) Dios.
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