Haciendo
propia la frase del protocolo taurino de que lo que sea tendrá lugar “con el permiso de la autoridad y si el
tiempo no lo impide”, casi diariamente se empeña en una hora de camino a
pie (por el paseo marítimo de la playa) que tiene como objetivo primordial el espejismo
de ayudar a mantener en utópico equilibrio el control de ese rebelde volumen
abdominal con el que anda luchando desde tiempo atrás.
En
su fuero interno, alberga fundamentadas dudas sobre el balance y los
resultados, casi nunca convincentes, de esta insistencia que se diría
esotérica; porque si en los años mozos, cuando comía y bebía 4 veces más y su
vida ya era de vocación y usos sedentarios, no supuso esfuerzo aquella figura
retórica y poética y metafórica de flexible junco, vientre liso y nada de
michelines, la conclusión obstinadamente arriba al hecho -sospechoso y
descorazonador a partes iguales- de que es “cosa del metabolismo”. De que,
dicho de otra manera, los calendarios acumulados son los indiscutibles
elementos que configuran tan injusta y chocante realidad.
En
este “blog” se han señalado con anterioridad recelos y vicisitudes al respecto.
El tenebroso horizonte y el viento de levante de hoy no auspician perspectivas
más alentadoras.
Tampoco
confía en que la más de media hermosa luna de anoche sobre la mar le ha de
servir de paliativo, ¿por qué?
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