El
celebrado fabricante de películas manchego que en el siglo conocen como Almodóvar
amenaza (según me ha parecido) con su visión particular -clásica de su
reiterada cosmogonía- del “western”:
más o menos un filtro ¿quizá ocurrente? para una peripecia de vaqueros
mariquitas, sutileza de la que el cine ya tiene precedentes.
El
tierno diminutivo, hoy día, lleva a cuestas el sambenito de la prohibición,
curiosa paradoja de las muchas a las que hemos ido llegando de la mano de esta
democracia “cuqui” y “progre” que tan aficionada y beligerante nos salió con su
censura caprichosa de veleta sectaria y pintorescas arbitrariedades. Pero no deja
de ser castizo (al diminutivo tierno me refiero) y mucho más nuestro que la
tontería anglófila de decir “gay” con
el empeño del gato por liebre y que el pan no sea pan ni el vino, vino. En esta
posición me acompañaría el magisterio de Don Camilo José de Cela, muy superior
en todo a la vigente cáfila de los melindrositos y los presuntuosos “enteraos ”
y a las seudoautoridades del ramo.
Como
quiera que sea, a Pedro (Pedroooooo!!!) le llueven premios, éxitos y así.
Tantos que, sin entrar a las hipnosis blandiblús de los consumidores,
convendría presentarlo a Eurovisión, como feliz y quizá resuelta alternativa.
Con
suerte, no quedaríamos peor.
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