Con
una alegría de chiquillos, respondemos a satisfacciones elementales.
No
sé cuánto (pero mucho) tiempo que no llovía por estos predios. Y hoy, al
regreso de depositar las bolsas de nuestra basura doméstica en el contenedor de
la esquina, durante el corto itinerario de vuelta a casa, ni media manzana,
Dios, Quien para otros es el responsable del cambio climático, decidió por
sorpresa que descargase aquí, en Chiclana de la Frontera y sus playas, un
aguacero denso, repentino y esmaltado de truenos espectaculares.
Con
un instinto atávico; como en el trópico conocí por Villavicencio y otros
lugares la bendición del agua copiosa que en nuestra tierra tanto escasea, no
aceleré lo más mínimo el paso, disfrutando con conciencia de desquite aplazado,
entrando por la puerta del porche trasero como el empapado mejor y más convencido
bañista de las nubes.
Eso
es echar de menos, llevar con entusiasmo a la categoría de acontecimiento
deleitoso y preferente un fenómeno que, ay, tanto brilla por su ausencia.
Ahora, o luego, volverá el azul.
Cómo
somos, ¿eh?
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