Lo
que pasa es que se extiende mucho la confusión y, por ejemplo, a la palabra música la sometemos a todo tipo de
elasticidades y maltrato, consiguiendo que designe, que represente
manifestaciones muy dispares y que dentro de ese malintencionado cajón de
sastre (desastre) la ignorancia y el atrevimiento acumulen extraordinarios y
asombrosos desvíos e impropiedades.
Porque
¿cabe la impunidad
de que le digamos música:
por
un lado a “Bring me a boat” (Kate Rusby y Declan O’Rourke) que asoma por
internete derrochando hermosura en imágenes, instinto, talento y sensibilidad
en las armonías de las dos voces, en el sonido del pasaje instrumental que (ya
lo sabemos de cada vez) eriza la piel, cosquillea la oreja, incita esa humedad
en los ojos que avisa de la emoción…
…
y por otro -digamos también música- a
los recientes exabruptos que (entre la prepotencia y la quemadura, y en forma
de panfleto/canción pegadiza e intencionada, con éxito ya fulminante que se
veía “de venir”) desahogan el despecho, legítimo o explicable que sea, de la
bailona y bailable Shakira y su último y marciano colaborador?
(Y
conste que todavía se dan ejemplos más graves.)
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