Consecuente
con las recomendaciones que sensatamente escucha alrededor, ya hace tiempo que
se siente concernido por la conveniencia de hacer, en pro de la vida sana, algo
de ejercicio físico.
Esto
no quiere decir en modo alguno que haya ingresado al fanatismo ni tampoco al
espíritu redentor que por lo común se atribuye a los neoconversos. Porque el
aperreo y el calor que suelen derivarse de eso, del ejercicio físico, fueron
siempre santo de su ninguna devoción. Eso es así.
Conque
el buen propósito lo anima (o al menos no lo desanima del todo) a revestir con
calidad de objetivos ciertos pretextos menores, pequeños cometidos por
resolver: comprar el pan en la tienda del relativo olvido, recoger las
medicinas habituales de la farmacia, etc. yendo estoicamente a pie a dichas
ínfimas gestiones.
Insiste
en ello aunque su mirada de soslayo al paso y al reflejo de las lunas en los
escaparates delata la innegable persistencia de una curva algo solemne en el
abdomen con cuyo volumen anda echando pulsos y comprobaciones basculares de
resultado adverso.
Nadie
lo distrae de concluir que “son cosas de la edad” y que sí, que también
colaboran las tentaciones de la cachuela ibérica y la manzanilla de Sanlúcar,
etc.
La
persecución del equilibrio entre ambas solicitaciones es, lo sabe bien, una
entelequia de dificultades eclécticas. Y así lo declara y hace constar, en
prueba de buena voluntad y porque de menos nos hizo Dios.
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