Aquello
era antes de que llegásemos a lo de ahora.
Muchas
cosas han cambiado. Todos nosotros, aunque también podría sostenerse que igual
conservamos un hilo conductor que a cada uno nos identifica y reconecta de por
vida. Comecocos.
En
todo caso, el planeta, con su fuerza de gravedad, picarona y asombrosa, nos
mantiene a él pegados, no nos permite salir flotando ni descolgarnos. Hasta el “polvo y ceniza enamorados” son/somos
incapaces de esquivar lo más sofisticado del reciclaje, ese destino relativo de
indirecto abono.
Internete:
estos años, tu cabello blanco, gris (lo sé, son cosas del daltonismo), tu
elegancia de siempre que el tiempo y sus huellas no han vencido, “chic” francés
del bueno, suave bruma de éxito y laureles vigentes, a tu talento (lo hay,
dentro del “pop”) debidos: cuestión de estilo.
Impensable
que el pipiolo que yo fui no sucumbiera a tu señal, a la joven melancolía
romántica de tu mensaje y, devoto atrevido, fingiera la existencia de un club
de admiradores tuyos para que tu casa de discos (Vogue-Hispavox), y porque
todos andábamos en la edad de la inocencia, le enviara gentilmente información,
muestras, publicidad sobre ti y tu buen hacer musical.
De
otro club similar (y quizá tan apócrifo a su vez) tuve noticia, regentado por
alguien que creo recordar se firmaba (¿predios de Albacete?) Gema de los Llanos.
Lo
último que me llega: la cruel y fulminante enfermedad con la que peleas, sus
pronósticos descorazonadores. Bella o no que la muerte sea, tu vida ya tiene
los honores.
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