Tu
braguetazo fue
no
más torpe ni mísero que otros:
un
rutinario plan convencional
que
imposible que te saliera mal.
Rica
y rebelde era la moza, y guapa
(con
lo que a nadie un dulce amargaría);
así
que, día a día,
tus
notorios resabios de chalán
-que
el tricornio remuda
en
gorras insolentes y chulapas-
fueron
de entrada tan depredadores
que
era fácil, para un pelafustán,
encender
el volcán
que,
por lo joven, apuntaba ardores.
Fácil
llegar a ser
progenitor
consorte con derechos
de
sucesión que, ya a lo hecho, pecho,
algún
valor tendrían de mercado.
Y,
como se ha contado,
no
hubo escrúpulo ni para perder comba
ni
para escatimar desaguisados.
Siglos
atrás, los ciegos en sus tablas
reprodujeran
toda la aventura.
Hoy
el morbo es igual; sólo difiere
el
nuevo escaparate de basuras.
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