Los
ingleses, gente suya de suyo, son esas personas que andan empeñados en conducir
por la izquierda, como si fueran zurdos, y en beber cerveza caliente, con lo
que consiguen transformarla en un lamentable brebaje. Como si no tuviesen
bastante con el té.
En
cambio se lucen con algunas marcas de automóviles y con cierta literatura; y
con más cosas, no olvidemos a Purcell ni a los Beatles.
Y
por ejemplo, también lo han dado estupendo con el funeral del consorte difunto:
todo un recital de solemnidad, fúnebres pompas contenidas, nobleza, sobriedad y
“savoir faire”. El lugar donde se celebró, la selección de piezas musicales, todo
admirable.
Para
continuar, son los britanos mayormente respetuosos de sus instituciones y, por
ahora, poco infectados de lo que aquí nos va sobrando. Eso ayuda; porque,
anacrónica y todo que pudiera ser (y mejorable, como todo), una monarquía
implica y simboliza realidades y conceptos (historia, arte, estructura,
jerarquía) que deben ser importantísimos cuando tanto rechazo despiertan en los
enanos y los mezquinos.
Inevitable,
la sensación de que contemplamos las señales quizá últimas de una época; de que
convendría analizar con rigor las consecuencias de la mediocridad galopante y
el ramplón embotamiento que caracteriza lo de ahora y lo que acaso está por
venir. Que no pinta bien y que el manoseo de la ESTÉTICA, su cacareada
relatividad, tiene mucho de sofisma.
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