No
penséis que, cuando pongo a prueba vuestra paciencia y vuestra lealtad,
volviéndome insistente con mis protestonas (aunque motivadas) críticas de lo
político-administrativo, mi conciencia no se conmueve y no me compromete a
daros un respiro.
Así
que opto a veces, como sucede hoy, por reseñar lateralmente para vosotros uno
de esos detalles que a menudo definen el itinerario largo y sinuoso de la cosa
doméstica, en lo referente al ámbito territorial de la cocina.
De
un tiempo acá, ando falto de entrenamiento, delegado que he ciertas funciones
en Maritere quien (mucho mejor de lo que yo lo haría nunca) resuelve con primor
según qué iniciativas.
A
lo que voy: si Ud. decide freír, para su esparcimiento ocasional y aventurero,
unos pimientos de Padrón (y aunque tenga a bien, tras el pertinente enjuagado,
dejarlos escurriendo en el reposo del cacharrito “ad hoc”), no olvide añadir un secado siquiera superficial con
papel del rollo de la cocina, ese del que cualquiera dispone y que suele
permanecer posado con sosiego sobre la encimera... Porque, de omitir tal precaución, Ud. con
imprudencia se expone a que, al deslizar dichos pimientos en el aceite caliente
de la sartén, éste tienda a unas salpicaduras y a un comportamiento más propio
de versallesca fuente ornamental o de pirotecnia valenciana; y no conviene
verse de repente envuelto en el desconcierto que ya imagináis.
Lo
dicho.
¡Es claro que Vuesa Merced se empeña en acometer imposibles empresas! ¿No le sería más de provecho dedicar su esfuerzo a socorrer doncellas?
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