Siglos
atrás, delincuentes había que “se acogían a sagrado”, ingresando en una catedral
o así, y procurando por ese expediente el amparo y un cierto blindaje contra la
ley, que eventualmente proporcionase la Iglesia.
Más
acorde con el laicismo de nuestros tiempos, y probablemente estorbado por una
conciencia que cabe suponer atea, el mozo ese del rap prefirió la Universidad
para refugio y dando por sentado, como así ha sido, que no habían de faltar
colegas protestantes al revuelo y urbanitas del heroísmo contestatario que con
su “causa mártir” se solidarizaran.
Lo
cual que la policía correspondiente ha ido a detenerlo por orden del juez de
turno y ha removido las barricadas que como inconveniente habían preparado los
defensores de la presunta libertad de expresión; y se lo ha llevado al trullo
que al parecer le toca como reincidente, no escarmentado a la primera, y donde
tendrá tiempo y ocasión de darle un par de vueltas a su tema.
La
cuenta de los destrozos ya se verá quién la paga. Pero lo que sí, es que lo del
monte y el orégano va a ser que no.
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