Aunque
vivimos rebozados en un ampuloso catálogo de leyes de toda laya y condición, se
ve que todas ellas, o las más, abundan en coladeros objetivos, o bien la
aplicación subjetiva de tales leyes va dando ocasión a que, Pacheco dixit, la
Justicia sea un cachondeo.
Familiarizados
así a la fuerza con un estado de cosas que lleva camino creciente de despelote,
el asunto de los “okupas” no es de los menos vistosos y (con demasiada frecuencia)
resulta malamente “disculpado” de cínica necesidad, extendiendo su ruinosa
mancha de aceite que, para colmo, parecen amparar ciertos politicastros del “Directorio”.
Sea
por dejación de según qué funciones o por las dificultades y lentitudes que
refitoleros requisitos administrativos y/o judiciales condicionan el
tratamiento de ese delito, a los ciudadanos perjudicados les va quedando poco más
que la paciencia impotente, más o menos desesperada, o la, poco a poco, natural
consideración de que lo mismo habrá que “ponerse las pilas” y actuar.
Nadie
seguramente se atreverá a sostener lo de tomarse la justicia por su mano, que
más se entiende como comportamiento, a veces legendario, de, por ejemplo, el Oeste
americano, mayormente reflejado en el cine. Pero eso es porque no tenemos tanta
memoria de Fuenteovejuna, que es referencia mucho más nuestra y literaria.
Con
todo, no andará ya lejos el día en que, mediante linchamiento o proceder de “ajuste”
así de drástico, las noticias nos informen de algún suceso sin retorno que,
como de costumbre, se comentará con el escándalo y los aspavientos típicos de
nuestro tiempo, con el residual llanto y crujir de dientes, tan lamentablemente
a toro pasado.
¿No
queremos, por ahora, “verlo de venir”?
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