Lo
inesperado, o lo caprichoso, que tiene la memoria.
Cuando
desperté (esta madrugada, 4:30), un relámpago de recuerdo de forma inexplicable
me hizo recuperar “Yes indeed”,
versión de Ray Charles, que aún conservo en microsurco desde que lo adquirí a
los once o doce años de edad y lo escuchaba una y otra vez. Incluso con
insólita precisión he sentido, nota a nota, la frase que improvisaba el saxo
para el “puente” o intermedio instrumental del tema.
Ahora
(10:48), y porque la comodidad me facilita la comprobación de ese asombro a
través de Internete (y si no, tendría que averiguar hasta dónde sobrevive mi
plato Lenco, largos años inactivo) os digo que es verdad esta anécdota. Nota
por nota, el saxo de entonces, se ve que grabado en un rinconcillo del cerebro
todavía.
Los
neurólogos, los nigromantes, que suelen presumir de soluciones, y en esas
vanidades andan tan errados como los economistas en las suyas, ¿qué argumentos tendrían,
de ser consultados?
O
mejor, dejad que me remolque de Quiñones y le copie, mudando querencia y
destinatario, “¿Sería posible que
pudieras ahora leer, tocar este papel, Ray, esta distante gratitud?”
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