Con irritado ceño y la mirada
preñada de anatemas y reproches,
el encono de Greta nos visita
para ponernos las peras al cuarto:
su expresión, áspera como el esparto
y, en toda la mañana, tarde y noche,
sin la menor risita.
La multitud aclama embelesada
su inaudito y simbólico heroísmo,
su gesta iluminada
y su rigor, teñido de ascetismo;
su caminar flotante, ensimismado,
que fulmina fanáticas barreras;
su didáctico y tenso apostolado:
Juanita de Arco de la nueva era.
Coincido en la importancia de la causa,
en que es verdad que sobran los motivos.
Pero ¿no suena a loco tiovivo
este no darnos pausa,
en la catarsis de esta inquieta Greta?
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