Transcurridos once años desde que fichara por la escudería de Carolina Herrera, en la división de New York (o sea, York la Nueva), la quincuagenaria diseñadora británica Caqui Persimon se ha establecido por su cuenta, respaldada por su acumulado prestigio en el evanescente mundo de la moda y financiada en parte por el capital que obtuvo al divorciarse del magnate Duncan F., cuyos devaneos de índole homosexual habrían contribuido de manera considerable a la crisis que desembocó en sonado desenlace y ruidosas reseñas de las revistas especializadas en escándalos de sociedad y otros amarillismos.
Preguntada por los periodistas en la nebulosa rueda de prensa que su gabinete de imagen llevó a cabo, la intrépida artífice ha manifestado su propósito de presentar en breve la colección primavera/verano que inaugura su nueva etapa, en la que toda idea de vanguardia florecerá sin el sometimiento y las cortapisas que a su estro creativo, con diplomática aunque recelosa y pérfida hipocresía, hacía sentir la suspicacia enfática de la ex-patrona.
Sólo las lenguas de doble filo han sugerido, de forma velada y sin embargo insidiosa, que la euforia que perfumaba sus declaraciones pudiera estar resaltada por una nunca discutida afición al licor escocés de malta.
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