Quizá hace dos días, y otros detalles no me dejaron reparar en su presencia. Pero anoche era tan evidente, su tamaño, sus brillantes luces encendidas, su insólito y encalmado estar ahí, con ese aspecto algo tenebroso y alienígena, evolucionando apenas enfrente de la casa, cometiendo su acto misterioso, y escoltado por otro, menor, que parecía asistirlo o completar de algún modo su tarea...
Toda la noche, en el silencio de pájaros que no pasaron, el solo tremolar de la bandera azul; y, al amanecer, antes de que la claridad del día avanzara con rapidez, salí a observarlo desde la terraza.
Conservo a través de las décadas los prismáticos que compré en Ceuta, durante una expedición sureña, ya casi olvidada, con aquel grupo Ceda el paso que fue, más que un precursor involuntario de Solera, un mero y tambaleante escarceo, bañado en ilusionada ingenuidad. Con ellos he estado examinándolo mientras las neuronas iniciaban el sesgo del "Cañonero del Yang-Tsé" y yo no era en absoluto ninguna de las reencarnaciones de Steve McQueen.
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