Hablé contigo ajeno a que el
final
se acercaba de urgencia.
Sin saber que la muerte
te había contado ya los días
y estaba presta a bajarte el
telón.
Ahora,
me desarman la estúpida inconsciencia
con la que derrochamos
nuestras vidas;
lo absurdo de todo,
lo casi inútil de todo.
Ahora que,
como nos han dicho,
formas ya parte de Dios,
con lo cual todo lo conoces,
ya sabrás que jamás
me atreví a desvelarte
(no, al menos, de una manera
evidente)
lo que sentía por ti.
¿Qué importan ya el deseo,
los sueños, la atracción, la
simpatía?
¿Aquel intento mío
de convocarte a ese juego
que, a lo mejor no es más que un analgésico
para
las almas a la deriva?
Hablé contigo
y era tu fin y yo no lo sabía.
Esto, querido amigo, está escrito desde el corazón ¡y se nota!
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