Como si hubiera descansado bastante (y no es verdad, porque duerme pocas horas), cuando despierta parece que un imán hiciera brotar las primeras, urgentes palabras, ordenar ya las rimas incipientes, provisionales, inquietando sin demora la querencia; y se sienta a escribir con una suerte de necesidad que él mismo reconoce injustificada y, por lo común, estéril.
Con frecuencia le sorprende... no, le sobreviene el amanecer enfrascado en este menester caprichoso, en este incierto y disperso ballet de las neuronas.
Piensa: al estar solo, nadie notará su ausencia de la cama, la luz encendida a esas horas insólitas, ni bajará la escalera para preguntarle si está bien, por qué no puede seguir durmiendo, esas cosas que el cariño manifiesta.
Y no sabe si...
Si... qué?
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