Con la falsa piedad y los circunloquios, con el "pasteleo" y la presunta delicadeza del lenguaje elusivo andamos a cuestas.
Debaten en estos días, como tantas veces, una perjudicial deriva en la vida de un relativo "personaje" que lo condujo, como a muchos otros, a largas temporadas de peligrosa -- siempre lo es -- adicción. Corrientemente, y claro que también en esta ocasión, a eso lo van llamando enfermedad.
Y es cierto que se llega a un estado equiparable a una enfermedad; pero es una hipócrita cobardía omitir que el clásico principio de cualquiera de esos fenómenos (drogas, tabaco, alcohol, etc.) se inserta en unas irresponsables dejaciones y en una considerable falta de control personal (favorecida a veces, no digo que no, por las circunstancias que queramos imaginar). Pero sabemos de qué abismos se trata.
El recorrido que desemboca en las tales enfermedades improbablemente es fortuito. Y cualquier paño caliente que apliquemos para disminuir las causas es inservible. Lo que nos pase (bien lo sé) sólo debe ayudarnos al arrepentimiento y a un escarmentado cambio de hábitos.
Nada de milongas.
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