viernes, 29 de julio de 2016

El nombre de las cosas

El techo de gastos es el límite máximo del dinero del que las regiones están autorizadas a disponer para sus asuntos.
Algunas lo llevan bien, cumplen con sobriedad, moderación, prudencia. Y sin piarlas. Revilla lo comentaba el otro día, expresando con harta razón su sentimiento ante el agravio comparativo que supone el comportamiento de otras varias.
Otras varias que manejan ese techo con chulería, despilfarro y una insolidaridad paralela al cínico egoísmo de sus gestores.
La más pinturera y folclórica es esa Cataluña que, en manos de separatistas que mienten impertérritos sobre un presunto e ilegítimo "mandato" popular, enviaron hace poco al orondito dirigente de Izquierda Republicana (que ellos lo escriben diferente) para trajinarle a Soraya un milloncete y medio de euros con los que seguir pagando las trampas derivadas de su administración chapucera. Dinero que luego se empleará, o no, en los fines previstos, en las urgentes necesidades declaradas.
Y todo eso mientras fraguan la ruptura y se ciscan en las formalistas, aunque hasta ahora estériles, advertencias condenatorias del Constitucional, que -- ellos lo van diciendo -- son papel mojado, mandamientos para desobedecer.
Puede que convenga llamarlo un comportamiento rufianesco. 

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